Como en tantos otros campos, el ser humano tiende a simplificarlo todo y a
reducirlo a aquello que conoce.
Así, no es infrecuente que muchas personas asocien “religioso” con
“creyente”, “creyente” con “cristiano” y “cristiano” con “católico”. Tampoco es
raro que se confunda “laico” con “ateo”, como si una persona creyente no
pudiera estar a favor de separar la religión del Estado.
Si bien es cierto que algo más de la mitad de la población mundial cree en
alguna de las religiones “del libro” (es decir, Cristianismo, Islam o Judaísmo),
hay que tener en cuenta dos factores importantes:
1. Que la otra casi-mitad
cree en otras (Budismo, Hinduismo, Sintoísmo, Wicca…)
2. Que todas las religiones
se dividen, a su vez, en multitud de corrientes
Además, no es necesario pertenecer a un grupo establecido para ser una
persona religiosa. Puedes tener tu propio sistema de creencias, basadas en
dogmas de fe, y “montarte” así tu propia religión, personal e intransferible.
Como dijo Anton Szandor LaVey:
La religión es lo más importante en la vida de una persona. Si los trenes
eléctricos son la cosa más penetrante en la vida de alguien, esa es su
religión. Cualquier cosa puede ser una religión si significa mucho. Si tu
religión actual no es lo más importante en tu vida, entonces déjala. Encuentra
lo que más te motive, y haz de ello tu religión.
Vale, LaVey fue un tipo bastante extravagante y muchos diréis que solo era
un colgado que montó una secta para darse a la buena vida.
Pero, ¿Qué me decís de Albert Einstein? Einstein, que nos dejó
un impresionante legado científico, también era un hombre de fe, pese a no
creer en dioses personales:
No soy un ateo. No creo que pueda llamarme panteísta. El problema implicado
es demasiado vasto para nuestras mentes limitadas. Estamos en la posición de un
niño pequeño entrando en una gran biblioteca llena de libros en muchos idiomas.
El niño sabe que alguien debe haber escrito esos libros. No sabe cómo. No
entiende los idiomas en que están escritos. El niño tenuemente sospecha que hay
un orden misterioso en la ordenación de los libros pero no sabe cuál será. Esta
es, me parece, la actitud de incluso el humano más inteligente hacia Dios.
Vemos el universo maravillosamente ordenado y obedeciendo ciertas leyes, pero
solo tenuemente entendemos estas leyes.
Yo, como Einstein y como seguramente millones de personas anónimas, tampoco
creo en los dioses personales que promulgan las
religiones mayoritarias. Sin embargo, eso no implica que no pueda tener
creencias religiosas ni que deba hacer proselitismo para imponer lo que yo creo
a los demás.
Respetemos la libertad de culto, estipulada en la Declaración Universal de
los Derechos Humanos, y las creencias de los demás. Al fin y al cabo, todos
somos humanos y, por lo tanto, todos podemos estar equivocados al respecto.