Calza botas altas y empuña el trabuco. Un pañuelo a la cabeza colorea su
abigarrada vestimenta. Este perfil de bandolero, de hombre armado que vive en
el monte al margen de la ley, ha caracterizado a Jonathan Real durante los 18
meses que ha dado vida al Cabrerín para rodar una modesta película que hoy
llena las salas de cine y cosecha premios nacionales. Literarios, libres y
molestos eran los bandoleros del siglo XIX; risueños, vergonzosos y con un
móvil en la mano son quienes les encarnan en el siglo XXI. “Lo jadis bordau”,
se oye al final de la toma.
‘Territoriu de Bandolerus’ empezó como una actividad cultural
más para promocionar el habla de Serradilla, un dialecto con influencia del
asturleonés que viajó por los cordeles trashumantes y que permanece inalterable
y sin contaminar desde el siglo XVI en este rincón de Cáceres, debido a su
aislamiento geográfico. Los mayores del lugar aún lo parlotean de cuando en
vez, sobre todo si hablan entre ellos, o durante el Día del Habla Serradillana,
que se conmemora hace unos años. “En Extremadura el habla regional está tan
viva como la andaluza o la canaria”, escribe el catedrático Manuel Ariza, quien
estudió el dialecto de esta población.
Como quien acude al
bar de la plaza a echar la partida, la cita para rodar se convirtió en una
costumbre más entre la vecindad. En total, 220 serradillanas y serradillanos
desempolvaron trajes y reliquias olvidadas, manosearon las expresiones de sus
antepasados y se pusieron delante de la cámara para contar la vida de un
bandolero paisano del siglo XIX, del que otrora apenas sabían en el pueblo y
del que ahora todos son expertos.
¿Por qué no hacemos
una película?, preguntó Pilar –a la postre productora-, y nadie supo decir
‘no’. “Esto fue una idea loca que surgió en una cena de amigos en la que
hablábamos sobre cómo potenciar el habla serradillana”, explica Néstor del
Barco, uno de los directores de la película, además del montador y responsable
de la posproducción. La palabra es la esencia de un pueblo. Su significación y
su sostén. Su diferencia y su tradición. En Serradilla, localidad de poco más
de 1.500 habitantes y escondida en las entrañas del Parque Nacional de
Monfragüe, entre sierras y canchales, se han empeñado, con todo lo que eso
tiene de testarudez utópica, en promocionar su lengua. A golpe de
claqueta.
Y lo han conseguido.
“Estoy desbordado, la película no se hacía con esta pretensión, solo con la
intención de dar a conocer el nombre de Serradilla”, expone el codirector seis
meses después del estreno, al que acudieron más de 3.000 personas, “toa uma
catervá de jenti”. Desde aquella puesta de largo los éxitos no han parado. La
película se ha proyectado, entre otros lugares, en las cuatro sedes de la
Filmoteca de Extremadura, teniendo que hacer tres pases distintos en alguna de
ellas.
“No ha sido normal.
Habitualmente una película la ven entre 70 y 100 personas… y solo en Plasencia
la han visto más de 300”, explica Antonio Gil, director de la Filmoteca
regional. Al éxito entre sus paisanos hay que sumar una proyección en el Teatro
Goya de Madrid, que se llenó para la ocasión. “Lo de Madrid fue tremendo, la
gente estuvo cinco minutos aplaudiendo. Estaba avergonzado”, apunta Del Barco,
quien adelanta que también se proyectará en León y que se han reunido un
responsable del Ministerio de Cultura para valorar las opciones de moverla en
festivales y en los distintos Institutos Cervantes. “La gente está viviendo un
verdadero sueño”, añade.
SIN PROFESIONALES
“Yo no tengo frase, yo
soy de bulto”. Aquel hombre estaba allí, había esperado durante horas, vestido
de agricultor del siglo pasado con la azada en la mano, para ponerse delante de
la cámara apenas unos minutos. No hablaba, pero decía. Su presencia sostenía un
relato escrito en un rudimentario guion cinematográfico del que se encargó José
Ignacio Cobos, codirector y el único de los participantes con algo de conocimiento
del sector: estudió Comunicación Audiovisual, aunque no ha trabajado en nada de
la rama.
No hay ningún
profesional en el equipo. El protagonista del rodaje, conocido en el pueblo
como Jonhy, es empleado en el Servicio Municipal de Aguas de Serradilla.
“Cuando voy a hacer las lecturas de los contadores a las casas hay veces que me
están esperando con una libreta en la mesa para que les firme un autógrafo y se
hacen fotos conmigo”, relata asombrado, incapaz de ocultar su satisfacción y
sorpresa, y ya sin la barba que ha mimado durante los largos meses de rodaje.
Con nula experiencia
en interpretación, y con mucha vergüenza inicial, Jonhy rápidamente se metió en
la piel de Cabrerín. Tomó el relevo como protagonista de Alejandro Palacios,
quien personificó al joven bandolero cuando aún vivía bajo el nombre de Juan
Morales, un chico de 15 años que en el siglo XIX mató a un hombre en defensa
propia mientras cuidaba su rebaño de cabras y que, antes de enfrentarse a una
posible pena de muerte, decidió echarse al monte y convertirse en uno de los
bandoleros más famosos de Monfragüe. Aunque su papel como actor acabó pronto,
Alejandro participó en todo momento en el rodaje ayudando a los directores
–Néstor del Barco y José Ignacio Cobos- en lo que hiciera falta: era habitual
verle sosteniendo el micrófono por encima de la cámara de grabación.
Jonhy también fue una
pieza clave en la parte técnica del proyecto. “Me leí el guion tres veces y ya
me lo sabía de memoria” –recuerda-, lo que le convirtió en el mejor apuntador
del rodaje. Allí todo el mundo aportaba cosas: ropas, elementos para el
decorado, caballos, comida, otros buscaban localizaciones, actuaban o hacían de
figurantes. Y es que, según los propios promotores explican, es “un proyecto
único que nace de la voluntad y la ilusión de todo un pueblo, y que se alimenta
del espíritu de solidaridad del vecindario y de una vena emprendedora
difícilmente localizable en otros lares”.
SIN MUJERES RUBIAS
“Aquí estamos, que nos
han dicho que traigamos herramientas del campo para matar a los bandoleros… Y
estamos esperando. Yo ya salí otro día segando”. Están y dicen. Participan en
una obra coral convertida en todo un acontecimiento. “¡Que nadie mire a la
cámara!”, se oye antes de cada toma. Una y otra vez. Se escucha. Se habla. Se
piensa sobre una apuesta única que sorprende cuando más se hurga en ella. Horas
de trabajo, de grabación, de investigación histórica, de aprendizaje, de
montaje, de repetición de escenas, de hablar en serradillano. “Mu prontu no te
va a dolel na”, espeta Cabrerín, una y otra vez, a sus ajusticiados.
“¡Por favor, fuera
pulseras, relojes, anillos, pendientes….!”, era otro de los antecedentes de
¡acción! Pero las risas de los curiosos que acuden al rodaje o el ruido de un
coche, que circula en una calle cercana, provocan un nuevo parón. En el siglo
XIX tampoco había motores de gasolina y muy pocas mujeres rubias por la zona.
“Yo no puedo actuar por mi color de pelo, aunque he hecho alguna figuración con
un pañuelo en la cabeza”, explica una de las participantes.
El casting se hizo a
ojo, pero ha dado muy buenos resultados y el visionado del filme pronto hace
olvidar el cartel aficionado de la cinta. “Los directores han sabido repartir
muy bien los personajes. La película tiene además una planificación académica,
de plano contra plano: hay planos cortos, cámara fija y algún travelling. Está
muy bien montada y el guion está muy bien estructurado y los personajes,
definidos. Es un producto muy digno y factible de proyectarse en cualquier
sitio”, apunta Antonio Gil.
“Aparte de su mérito
artístico y cinematográfico, la película tiene un componente histórico y
documental de primer orden y también un contenido didáctico y pedagógico,
porque va a servir para enseñar, recuperar y poner en valor nuestra cultura,
historia, tradiciones y, principalmente, el habla de Serradilla”, ha escrito en
la revista del pueblo Eduardo Gómez, el panadero y productor junto a su
esposa, Pilar Cobos. Todo ello arropado por las singulares localizaciones del
Parque de Monfragüe, caracterizado por dehesas, roquedos y los espectaculares
azules del río Tajo, y con las pocas esquinas del pueblo que no tienen ni un
trazo de los siglo XX y XXI: la zona de la Fuente Nueva ha sido exprimida desde
todos los puntos de vista posibles.
El proyecto colectivo
nació con presupuesto cero. No han recibido ninguna ayuda económica, pero sí
han generado unos gastos de entre 30.000 y 40.000 euros: gran parte invertido
en los viajes que Néstor del Barco hacía desde León hasta el pueblo cada dos fines
de semana para grabar, también dedicados a la comida y la bebida para los días
de grabación o a detalles con la gente que ha colaborado de manera gratuita, a
hacer camisetas, en organizar el estreno. El dinero ha sido sufragado
principalmente por los productores y por Del Barco. “Son muchas tonterías, pero
al final van sumando”, agrega.
“¡Ese acento, por
favor! Que parece que estás cantando. ¡Y no sonrías!”, insisten los directores,
una y otra vez, a quien encarna al cura. Las anécdotas del rodaje son muchas.
Como cuando Jonhy se rompió un diente antes del último día de grabación y hubo
que hacer malabares para que no se notara. “Pero ya lo tengo arreglado”,
adelanta antes de resumir la experiencia: “El resultado ha sido magnífico. A lo
primero me daba cosa, porque yo no tengo ni idea y no había hecho nunca nada
parecido, incluso cuando veía los primeros cachillos grabados me daba mucha
vergüenza, pero una vez montado, con la música y demás, me gusta mucho el
resultado”. Y es que, incluso tuvieron fingir que quemaban el pueblo.
PREMIO REYES ABADES
Los elogios, por lo
inverosímil del proyecto y por su singularidad, no cesan. También por la
calidad del resultado. Tarea complicada es encontrar voces críticas. ¿Lo
último? El ‘Premio Reyes Abades 2014’ del XXI Festival Solidario de Cine
Español de Cáceres. El propio Reyes Abades, especialista extremeño en efectos
especiales con nueve premios Goya a sus espaldas y quien tiene la última
decisión sobre el galardón, vio la película y no tuvo dudas. “Reyes me llamó
para comunicarme que había alucinado con la ambientación, vestuario, carruajes,
con los efectos digitales y con el esfuerzo de todo un pueblo”, apunta
Francisco Rebollo, director de la Fundación ReBross, organizadora del festival.
“Si paci de verdá esi agujeru en mita de la frente”, alguien comenta un día de
rodaje.
Las proyecciones
continúan. “Yo ya les he dicho que esto acaba de empezar”, subraya el director
de la Filmoteca de Extremadura, quien está ayudando a proyectarla en distintas
latitudes. “Nos gustaría recuperar algo del dinero gastado. Canal Extremadura
nos la ha comprado para hacer dos pases por televisión, pero antes queremos
llegar a todas las salas posibles”, apunta Del Barco, quien valora que el
objetivo principal está cumplido: dar a conocer a Serradilla, potenciar su
cultura y generar impacto en el pueblo (algún turista ya ha aparecido
preguntando por la película). Aun así no paran de soñar: ahora quieren crear
una ruta de bandoleros, levantar una estatua de Cabrerín en un camino que sube
a los canchales y hacer una especie de parque temático natural en la sierra
Santa Catalina.
‘Territoriu de
Bandolerus’ habla, pero no solo a través de la lengua y su encasillada
gramática y dialéctica, sino también por boca de sus gentes, de sus actores y actrices
improvisados. “Se jadi sabel, que Cabrerín…”, anuncia el pregonero. Porque la
película, por el mero hecho de existir, ya es un canto a lo imposible. Nunca
estar de bulto fue tan importante. Nunca antes un bandolero, de mirada
penetrante, piel aceituna y rostro afilado, unió tanto a un pueblo. “Tienes que
decir esta frase y salir corriendo. ¡Y no mires a la cámara!”, se oye al fondo.
Acción.
Un momento del rodaje de Territoriu de Bandolerus. / Cedida